Este domingo 11 de julio de 2021 fue un día histórico para la nación cubana. Este domingo marcó un antes y un después en nuestra historia reciente. Este domingo todo un pueblo despertó de su prolongado secuestro. Esta vez no fue San Isidro quien encendió la chispa. Esta vez fue San Antonio. Un poblado al sur de La Habana cuyos habitantes salieron a la calle masivamente en rechazo al régimen castrista. Ya se había aguantado demasiado. Se había callado durante 62 largos años. Más de 6 décadas de censura, de persecuciones políticas, de adoctrinamiento, de limitaciones, de miedo.
Existe desde hace tiempo, un desgaste evidente del régimen cubano, que en su prepotencia y enajenación, niega cualquier cambio democrático en el país. De esa épica Revolución de 1959, que en su momento despertó los sueños de justicia social y progreso económico de un país y de todo un continente, ya no queda absolutamente nada. Más que unos pocos fósiles políticos y una retórica tan desgastada como repetitiva, solo persiste un sistema totalitario que ha evolucionado con el paso de las décadas para perpetuarse en el poder a cualquier costo. La nueva generación de dirigentes cubanos insiste en mantener inmóvil al castrismo sin los Castros, obviando que este país ya no está en los oscuros tiempos del «Comandante en Jefe: Ordene». Y a la sostenida crisis económica, a la escasez total de productos, al hartazgo y a la desesperanza social, vino a poner el puntillazo final la pandemia del Covid-19.
El país entero implosionó. A la chispa de San Antonio de los Baños siguieron más de una treintena de ciudades como un verdadero polvorín. Toda Cuba se levantó contra el castrismo, contra el hambre, contra la infamia. Fue tan multitudinario, tan deslocalizado, tan inédito, que sorprendió a todos. El régimen intentó reaccionar. Fue a toda prisa el gobernante Diaz-Canel a aplacar la manifestación en San Antonio, quizás queriendo emular a Fidel Castro cuando hizo algo parecido durante el «Maleconazo», aquel 5 de agosto de 1994. Pero ni esto era otro “maleconazo”, ni Cuba estaba en 1994. Esto era algo mucho mayor. El acceso a internet y las redes sociales dispersaron por todos los rincones el espíritu de la Libertad. Y a pesar de la censura y de los intentos del régimen por reducir las manifestaciones y silenciar las comunicaciones, es imposible acallar a un pueblo cuando se levanta. Y el pueblo cubano se levantó. Tardó mucho, pero se levantó.
Se levantó de una forma tan masiva, tan inequívoca, que destruyó al instante el tan usado argumento oficialista de que eran unos cuantos traidores inconformes financiados por la CIA y la mafia de Miami. Pero lo más sorprendente fue que no era una simple turba exaltada pidiendo limosnas. No. Eran ciudadanos empoderados exigiendo Libertad, exigiendo Democracia, exigiendo Patria, y exigiendo Vida. Por fin, se sumaba Cuba al contexto regional en ebullición. Con este hecho, tal vez sin saberlo en un primer momento, el pueblo cubano estaba marcando el inicio de su nueva etapa histórica.
El régimen castrista, como todo totalitarismo que se respete, respondió de la peor manera posible. Si alguien aún duda de su esencia represiva, si algún bohemio de izquierda americano o europeo continúa romantizando sobre el comunismo cubano, ahí están las palabras de Miguel Díaz-Canel: «la orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios». Solo que el gobernante cubano no entendió que los revolucionarios ya están en la calle gritando Libertad, y que él representa un status quo decadente y acorralado. Él es el más firme representante de la contrarrevolución en el país, el rostro de una élite política tradicional que pretende mantener sus privilegios. Su actitud como cubano al llamar al enfrentamiento fratricida, es cobarde y mezquina; y como servidor público, es condenable e injustificable. Un llamado desesperado a la violencia que quedará grabado en la memoria nacional. Se le olvidaba a Díaz-Canel que «un pueblo no se funda como se dirige un campamento» como aconsejaba nuestro José Martí. Díaz-Canel daba «la orden», y de «combate», aplicando la administración militar inflexible de un país como aprendió de los mejores mentores posibles: Fidel y Raúl Castro.
Y más que las palabras escupidas cínicamente por el Primer Secretario del Partido Comunista Cubano, están los videos, las fotos, los testimonios, de miles de cubanos. Están los hechos que ilustran una represión sin pudor contra un pueblo hambriento y desarmado al que regresaron a 1958. Se quitó la máscara el castrismo para mostrar su verdadero rostro.
Cuba ahora se está recuperando del shock de este 11 de julio. Los cubanos aún están asimilando esa dosis de libertad que disfrutaron por unas horas en las calles. Los emigrados están procesando tanta impotencia y alegría por igual. Aún se intenta contabilizar la cantidad de represaliados en un país donde el régimen ha cortado el acceso a internet. Pero si algo es cierto, es que el país ya no es el mismo. Se ha cruzado el Rubicón. Los sucesos de este domingo pueden ser un trampolín hacia un régimen aún más dictatorial o hacia el inicio de un cambio real. Para que suceda lo segundo, tenemos que continuar manteniendo las protestas, tenemos que continuar denunciando la represión del régimen, tenemos que continuar uniendo a las diferentes posturas que dentro y fuera del país demandan una Cuba democrática y plural. Y, principalmente, tenemos que demostrar de manera fehaciente, que lo que ocurrió no fue un hecho aislado y circunstancial, sino la respuesta de un país que finalmente ha perdido el miedo, y que quiere recuperar su futuro. Cada día se le hará más difícil al régimen castrista continuar maquillando la desesperada y triste realidad que sufrimos como nación. Continuar negando un cambio democrático en Cuba no solo es insostenible, sino que sería suicida. Y el pueblo cubano no quiere suicidarse. Por eso salió a las calles este 11 de julio de 2021.