Juan Carlos Rodríguez: Cuidados con cuidado

19 mayo, 2020 | Categorías: Análisis Político, Conversaciones | 0 comentarios

 

Juan Carlos Rodríguez. Investigador de Analistas Socio-Políticos, Gabinete de Estudios.

 

Podemos entender y caracterizar las sociedades humanas de múltiples maneras, fijándonos en cómo se gobiernan (y hablamos, por ejemplo, de regímenes autoritarios o de democracias), en el orden económico predominante (hoy, en la gran mayoría de los casos, la economía de mercado, con matices más o menos importantes aquí o allá), en el sector económico más característico (sociedades preindustriales, industriales, postindustriales), en sus rasgos culturales (sociedades más o menos tradicionales, más o menos religiosas), en el tamaño o tipo de sus Estados de bienestar (socialdemócratas, liberales, continentales, mediterráneos…), por citar solo algunos de los criterios al uso. 

Una caracterización algo distinta es cada vez más corriente, al menos en el mundo académico, en Sociología, en particular. Se trata de ver nuestras sociedades actuales, y las sociedades humanas en general, como sistemas de cuidados mutuos. El énfasis, por tanto, no está ni en el modo de gobierno, ni en el orden económico o el sistema productivo, ni en lo cultural, ni en el tipo de Estado de bienestar. Está en que, lo queramos o no, como sociedades, como grupos humanos amplios, para sobrevivir tenemos que cuidar a quienes lo necesitan, a los vulnerables, a los más débiles, a los menores, a los muy mayores, a los enfermos, a quienes requieren alguna ayuda por una discapacidad, etc. A todos, en definitiva, en un momento u otro de nuestras vidas. 

Quienes proponen este enfoque intentan hacer visibles tareas y trabajos que no siempre se tienen en cuenta en la discusión pública ni mucho menos se recogen en las cuentas de la economía de mercado o en las cuentas públicas. Por ejemplo, los cuidados, tradicionalmente protagonizados por las mujeres, en el seno de las familias. Y una parte de esos autores, más bien autoras, ha insistido en que la lógica de esos cuidados no necesariamente puede reducirse a la lógica de los trabajos “fuera del hogar”. Tienen un componente de emociones, de empatía, de preocupación, de interés intrínseco en y por quien recibe los cuidados no fácilmente reproducible si no se da una cierta cercanía personal entre el cuidador y receptor de los cuidados. Otros, claro, creen que sí pueden darse, al menos en parte, ese tipo de relaciones fuera de relaciones personales tan íntimas o cercanas como las familiares. 

En las formulaciones más habituales, el cuidado al que se refieren esas teorías hay que entenderlo en un sentido amplio. Una definición de cierto curso es la de dos científicas sociales norteamericanas, Berenice Fisher y Joan Tronto, que ya cuenta con un par de décadas: “En el nivel más general, sugerimos que el cuidado puede entenderse como una actividad de la especie (humana) que incluye todo lo que hacemos para mantener, prolongar y reparar nuestro ‘mundo’, de tal modo que podemos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades y nuestro entorno, todo lo cual aspiramos a entretejer en una telaraña compleja, sustentadora de la vida”. 

Si aceptamos una definición así, es bastante obvio que los cuidados no se limitan solo a la crianza de los hijos, la atención y la cura de los enfermos, el acompañar a la gente mayor, las ayudas a la gente con discapacidad, el consejo a los amigos, las ayudas mutuas entre vecinos, o, no en último lugar, los cuidados mutuos en las parejas. 

Incluyen, muy en primer lugar, cuestiones muy básicas, ligadas a la supervivencia y al mantenimiento de unos determinados niveles de vida, de bienestar material—que no suele ser solo material. Es decir, necesitamos producir y distribuir el conjunto de bienes y de servicios que constituyen la gran mayor parte de lo que incluimos en las cuentas económicas nacionales. 

En los tiempos de la pandemia que afrontamos, los cuidados más directos son más obvios; el cuidado a los enfermos, en particular, y no en vano admiramos y reconocemos el trabajo de quienes lo están procurando, médicos, personal de enfermería, y el resto del personal sanitario. 

Pero también saltan a la vista cuidados mutuos de los que somos menos conscientes, tales como las conductas orientadas a no contagiar con el nuevo coronavirus, en general a nadie, y menos todavía a quienes más pueden sufrir por ello, los mayores. Lo que nos recuerda que cuidar siempre implica procurar no dañar a los demás, ni siquiera involuntariamente. 

En ese caso, cuidar no implica una relación directa, basada en el cariño, en la empatía cercana, en la consanguinidad, en la compasión por el débil o el vulnerable que tengo ahí delante, en el prójimo en el sentido más estricto de la palabra. Por el contrario, cuidar implica una consideración muy racional, casi abstracta, planteada en términos de empatía no por los cercanos, sino por los lejanos, los compatriotas, por ejemplo. Cuidar implica una forma sui generis de acción colectiva, de coordinación en aras de un bien común esta vez bastante bien identificado. Siempre hay alguna emoción, alguna pasión que impulsa a cuidar a los demás, pero en este caso lo que prima es el razonamiento, un razonamiento casi matemático, el que está detrás de los esfuerzos individuales y colectivos por reducir por debajo del 1 el que denominan número reproductivo básico, lo que significa evitar que la epidemia se extienda. 

Durante varias semanas pudo ser menos obvio que cuidar también implica producir y distribuir bienes y servicios, ante la urgencia de reducir lo más posible el número de fallecidos. Pudo serlo, pero no dejó de serlo: los alimentos, los productos de limpieza, las medicinas, etc., tenían que seguir llegando a nuestros hogares. El personal sanitario ha necesitado de múltiples recursos materiales para desempeñar su labor, y ha habido que acopiarlos a marchas forzadas, no siempre con éxito. Ahora, en un momento distinto de la epidemia, cuando nos proponemos ir recuperando una vida más o menos normal, es mucho más obvio que si la producción de bienes y servicios no se recupera en la medida suficiente, el resto de los cuidados también se resentirá, gravemente, comenzando por el cuidado de la salud. No se trata de lo uno o de lo otro, sino de la combinación apropiada de ambos. 

Hace unos meses, en una reunión de gente cercana, preocupada por el futuro del país, justo antes del desencadenamiento de la epidemia, hablando de nuestro sistema de bienestar, proponía considerar una expresión: “nos cuidamos con cuidado”. Es decir, organizamos un sistema de bienestar, con sus componentes público y privado, con el alcance adecuado, enfocado especialmente enfocado en los más vulnerables, los más necesitados de cuidados, pero lo hacemos con cuidado, es decir, con prudencia, con sensatez, por ejemplo, haciéndolo compatible con los niveles necesarios de crecimiento económico, entre otras cosas. 

Cuando lo proponía estaba, sin ser consciente de ello, jugando con tres de las acepciones de la palabra “cuidar”: la más inmediata, en aquel contexto, la de “asistir, guardar, conservar”, pero también las de “poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo” y “discurrir, pensar”. Lo que no sabía entonces es que la palabra “cuidado” viene del latín “cogitatus”, el participio de “cogitare”, es decir, pensar, reflexionar. 

Es lo que nos queda por delante en esta crisis sanitaria que ya es una gravísima crisis económica: seguir participando en ese sistema de cuidados con los sentimientos apropiados, todos, comenzando por los gobernantes y acabando por el último adolescente que no sufrirá la enfermedad o la sufrirá sin darse cuenta, pero también, y sobre todo, con las dosis de reflexión, de inteligencia, de conocimiento apropiadas. No estoy seguro de que hasta ahora hayamos contado con las suficientes, pero, desde luego, no tenemos más remedio que hacer acopio de ellas en las próximas semanas y en los próximos meses.

 

Transcripción de la intervención para el Club Tocqueville: «Juan Carlos Rodríguez / MIRADAS ANTE LA CRISIS DEL COVID-19»