La derecha española vive estancada en 2004 porque el “zapaterismo” sigue operando en ella como idea fuerza en, al menos, dos sentidos. En uno, porque es un recurso fácil para explicar el malestar y actúa como chivo expiatorio y como argumento útil. En el otro, porque el “zapaterismo” fue para muchos el momento glorioso de la sociedad civil de derechas. Por primera vez desde hacía mucho tiempo fue la derecha la que ocupó las calles, la que se vio con capacidad de convocar, de actuar y de combatir, y se sintió protagonista en la historia.
¿Qué le robó el zapaterismo a la derecha y qué ha quedado de aquella época de oposición social triunfante?
El zapaterismo fue la época de las reivindicaciones de derechos, de la memoria histórica y un paso más hacia una revolución social. Fue una bofetada en la cara a la sociedad conservadora española y la instauración de un estilo político reivindicativo y combativo que nos devolvió a tiempos pasados de ingrato recuerdo. Abrió heridas que aun estaban cerrándose y aceleró el ritmo de los acontecimientos, poniendo la política a la vanguardia de la sociedad según el estilo de una tradición de izquierdas más dirigista y moralizante.
Aquí, exactamente aquí, se ha detenido el análisis histórico de la derecha, y aquí sigue anclado. El argumento es simple: “todo estaba en orden hasta que llegó el zapaterismo, luego lo que hay que hacer es volver atrás”. Formalmente este es el argumento de todo pensamiento reaccionario, el hilo dorado de la historia: hubo una época dorada y un suceso violento ha cortado el hilo que nos unía a él. Así sucedió con la Revolución Francesa, que es el hito histórico que hace nacer a conservadores y reaccionarios y, desde entonces, la derecha se mueve en ese difícil equilibrio entre conservar y reaccionar. 2004 es para la imaginación reaccionaria española lo que para Bonald o de Maistre fue 1789. Y de ahí el empeño de volver atrás, de hablar de un “frentepopulismo”, de acusar a la izquierda de todos los males, y de no encontrar pie en el presente porque ha renunciado a cualquier diálogo con el futuro.
¿Cuál es esa “época dorada” que actúa como mito político en la mayoría de la derecha? Es la época de la caída del muro, 1989, el triunfo del neoliberalismo. Unos años de ilusión y prosperidad que en España coincidieron con la consolidación de la Transición, la decadencia del “felipismo” y la posibilidad de mirar hacia delante. Pero la derecha española no se ha parado a pensar que aquellas ideas aparentemente triunfantes no le eran propias y le quedaban como un traje mal cosido. El liberalismo que triunfa en los 90 es el par ideológico del socialismo soviético, la otra cara de una misma moneda. Tiene la misma raíz individualista y antipolítica que el comunismo, y si triunfó fue porque el comunismo colapsó, pero las grandes cuestiones sobre las libertades, la sociedad y la solidaridad quedaron sin responder, como así lo anticiparon autores como Oakeshott o Aron. La derecha sí debe, por tanto, volver a los 90, pero no para refrescarse en aquellas ideas, sino para ir hasta el fondo de un camino que se quedó sin recorrer.
Respecto al segundo punto, al de la cuestión de la toma de las calles a partir 2004 y el resurgir de la sociedad civil española de derechas, ¿qué ha quedado? Ha quedado una cultura política reaccionaria y combativa, grupúsculos sociales desintegrados e inconexos, familias políticas mal avenidas y una iniciativa social secuestrada por unos pocos grupos ultraconservadores que son los únicos que mantienen una mínima capacidad de movilización.
Si el gran valor de la sociedad española era la fortaleza de emprender acciones asociativas de modo espontáneo, con un sano escepticismo metafísico hacia el poder, y una alegría vital y casi inconsciente por la vida en común, eso se perdió por una identificación de la calle con la bronca y la reivindicación. La España de las sillas en la calle pasó a ser la España de los balcones. De una cultura del encuentro y del espacio público se pasó a una cultura de la reivindicación y defensa de la privacidad. Los métodos de la batalla cultural que Europa experimentó tras la segunda Guerra Mundial, y que entendían que las ideas eran armas tanto o más eficaces que el plomo, no habían llegado a España, donde el mayo del 68 fue un fenómeno edulcorado y macarra que llevó el nombre de “Movida”. Las ideas son el resultado de una conversación y la constatación de una verdad compartida, y no armas arrojadizas contra el prójimo.
Todas aquellas manifestaciones, banderas y consignas no han dejado en la derecha española ni unidad ni ilusión. Normalmente, cuando las personas actúan juntas, queda en ellas un vínculo especial y una unidad que tiene más valor incluso que la obra ejecutada. Pero cuando esta acción es dirigida desde arriba sin la participación consciente del de abajo, lo que queda es una impresión de gregarismo, de pérdida de identidad y sensación de manipulación y desconfianza. Así ha quedado la derecha española en lo social, reducida a rebaño inconexo cuya única unidad es la sensación de miedo.
Por suerte o por desgracia, la única ideología estructurada en torno a un partido, y con una masa social relevante, que incorpora en su discurso ideas de futuro, de unidad, de comunidad, solidaridad y que es capaz de proponer algo concreto para la vida en común es la socialista, que a lo largo de los últimos 20 años se ha ido renovando e incorporando nuevos retos.
La derecha española ha perdido el equilibrio con el presente y se ha convertido en una ideología reaccionaria que añora una edad dorada, que culpa al adversario de todos los males presentes, y que no es capaz de generar vínculos estables, creativos y propositivos en la sociedad que supuestamente defiende. No tiene capacidad de responder a las carencias de la ideología de izquierdas y por ello, ni se suma a lo razonable, ni corrige con eficiencia los errores. Esta vez el perro del hortelano no son “ellos”, somos “nosotros”.
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