3. Recordando la conversación del 23/11/19
Si hay algo que puede decirse de Raymond Aron es que, sin duda, es un autor que siempre escribe «situado» en los acontecimientos. Pese a que aborda temas de gran calado filosófico como la libertad, la suya no es una escritura fuera de la Historia. Todo lo contrario. Y esto es lo que hace de su Ensayo sobre las libertades —que, en la superficie, parece un texto de sociología— un clásico del pensamiento político.
De este libro nos interesa recuperar tres intuiciones:
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No se puede gobernar una sociedad de espaldas a cómo es y de espaldas a la época en que toca ejercer el mando. Y la nuestra es una sociedad democrática, o sea, una a la que le importa la igualdad de condiciones. Sin embargo, una política que se centre en el logro y ampliación de las libertades reales, a la larga, es insuficiente: la gente no sólo quiere vivir bien, sino también poder influir en el devenir de las cosas. Para esto, hacen falta las libertades formales, defendidas con ahínco desde la tradición liberal: representación partidista plural, Parlamento, división de poderes, constitución, seguridad jurídica, etc.
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En nuestro tiempo, una política virtuosa es la que comprende el valor del equilibrio entre libertades reales y formales: sin las garantías de estas últimas, las libertades reales pierden su sentido y orientación.
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Sin ser un axioma ni tampoco una relación determinista, en principio, no son incompatibles la democracia liberal y la prosperidad económica del conjunto de la sociedad.
Rafa Rubio sazonó su charla sobre cómo estar hoy en política con ejemplos sacados de su biografía y de su experiencia profesional en la asesoría política (Soraya Sáenz de Santamaría, el acuerdo del PP con Vox en Andalucía, los grupos de presión, las redes sociales, etc.). Pero lo más significativo de su exposición tuvo que ver con el diagnóstico que hizo sobre el “taburete” en que consiste el gobierno del siglo XXI, cuyas patas serían: las políticas (la labor administrativa, el diseño, la implementación y la evaluación de políticas públicas), la política (la articulación de intereses y la búsqueda de consensos) y la comunicación (para hacer accesible al ciudadano esas políticas). Para gobernar bien se tienen que dar las tres, pero hoy en día la comunicación totaliza la política, de manera que política y políticas se convierten en un mero instrumento de comunicación, con los modos que esta impone (visión cortoplacista, búsqueda de impacto, eslóganes e ideas simples, etc.). Para el político, no es fácil salir de esta situación, pero se puede intentar dedicando tiempo al estudio, aprendiendo a articular ideas y a proponer medidas a partir de un conocimiento profundo.
4. Recordando la conversación el 21/12/19
Con Ideas y creencias, de José Ortega y Gasset, aprendimos que estamos en política tal como estamos en la vida, esto es, con una serie de “creencias” que damos por hecho, de las que apenas somos conscientes y que, en gran medida, heredamos (a través de la educación, sobre todo). Cuando estas creencias se rompen o debilitan, o dejan de ser compartidas, sobreviene la duda, de la que sólo podemos salir pensando, haciéndolos una “idea”. Nuestra época es una de cambio, de dudas más que de certezas. Intelectualmente, una época así puede ser muy estimulante, pero existencial y políticamente es dramática, pues cuando alguien no sabe en qué creer, asoma el riesgo del voluntarismo y del voluntarismo político (inventarnos creencias, creer lo que nos de la gana). ¿Qué se puede hacer? Recordar que lo que nos permite vivir sin pavor, porque sabemos a qué atenernos, es la presencia de una tradición. Y, para ello, recuperar la gratitud, esto es, ser conscientes de las raíces que nutren la mentalidad de nuestra época y juzgarla en estos términos más que por sus frutos. Para encontrar esas raíces que nutren nuestras ideas y creencias, la conversación es insustituible, de ahí su valor político: hablando con otro me doy cuenta de lo que creo.
Antonio García Maldonado abundó en el cambio de época que vivimos a partir de la extraña pesadumbre que acompaña a la revolución digital en la que estamos inmersos y contrastando este pesimismo con el optimismo con que se vivió la revolución industrial del XIX. Tras enumerar algunas causas que podrían explicar esta vivencia negativa e insegura respecto al tiempo que se nos viene encima, García Maldonado apuntó que nuestro tiempo es uno de recuperación de lo social, que anhela volver a confiar en la sociedad y su creatividad, pues para poder disfrutar de este momento de cambio, hace falta un vínculo afectivo personal pero también comunitario. Por último, enumeró los tres grandes retos o aventuras que —a su juicio— podríamos encarar para recuperar lo social como son el cambio climático, el avance médico y la exploración espacial.