Lo que caracteriza nuestro tiempo son las ruinas. Con esta idea del escritor alemán Hans Werner Richter me tomo la licencia de comenzar esta reflexión, como si me permitiese elevarme en una colina desde donde pudiera observar si, ciertamente, nuestro alrededor se compone de ruinas metafóricas de las que hemos sido capaces de renacer. Y, en efecto, creo que en buena parte esas ruinas están compuestas por el desánimo, la tristeza, la rabia, la impotencia. El miedo. Esa energía que se ha colado por las grietas en nuestra rutina pandémica y que, de algún modo, explica la necesidad de aferrarnos a certidumbres que venimos experimentando en una época donde lo que impera y nos guía es precisamente lo contrario: la incertidumbre.
Decía el humorista Ignatius Farray en una entrevista hace unas semanas que «lo contrario de la risa no es el llanto, es el miedo» y, pese a haberlo dicho en clave humorística, me pareció una de las mejores afirmaciones sobre nuestros días que ni si quiera había leído en otras reflexiones sobre esta pandemia. Romantizando por completo todo aquello anterior a marzo de 2020 (como si de verdad cualquier tiempo pasado fuese mejor), parece que la ausencia total de los incentivos vitales a corto o medio plazo ha convertido nuestros días en una especie de camino a la deriva en un túnel donde buscamos con ansias un rayo de luz. Ver como nuestros proyectos de vida se desdibujan como castillos en la arena cuando llega una nueva ola a la orilla – qué curiosa metáfora que encaja a la perfección con la realidad – nos reafirma en el cansancio social generalizado que como sociedad venimos experimentando desde hace años.
El problema quizá no sea identificar a nuestra sociedad como una masa social dirigida por un cansancio que agudiza estos meses. La cuestión está en cómo afrontan los herederos de la misma ese mapa, esto es, los jóvenes (tan criminalizados durante estos meses), y es ahí donde el optimismo parece desaparecer por completo. Reflexionar sobre sí saldremos mejores de esta o con valores sociales reforzados parece incluso algo ingenuo; quizá sería más pertinente pensar en cómo, de qué manera, cuándo vamos a conseguir salir. Quiénes y en qué condiciones o harán. Salir de qué y hacia dónde. Qué normalidad queremos construir. Esta veneración a la que asistimos del fenómeno de la «fatiga pandémica» como síndrome que pretende explicar todos nuestros males no es más que el enésimo intento de patologizar el desánimo y la falta de horizonte de una sociedad cansada de las consecuencias del modelo socioeconómico en que se encuentra inserta. Se acabará la pandemia pero no con ello las crisis económicas, sociales y políticas que han estado entre nosotros antes de que un virus nos arrebatase lo poco que nos quedaba: el contacto humano, el calor de los nuestros, la luz de los días en los que necesitamos libertad en compañía de los pilares que nos sostienen. El cansancio que atraviesa a las generaciones más jóvenes, reflejado en las estadísticas más recientes sobre salud mental en nuestra población, no es el resultado de casi 12 meses de standby coronavírico: ha sido simplemente la gota que colmó el vaso. Otra crisis social y económica que borra toda expectativa de lucha por un proyecto vital. Otra vez.
Tal y como escribía Armando Zerolo en su reflexión hace unas semanas, parafraseando a Manuel Cruz en El virus del miedo (La Caja Books, 2021), «vivir en el miedo resulta literalmente insoportable». Insoportable, incluso desde el privilegio que ostentamos los que aún podemos contar, en mayor o menor medida, que seguimos aquí. Yo tampoco sé si saldremos mejores; desde luego, el panorama social que nos dibuja la realidad es bastante menos atractivo de lo que parecía un año atrás y nos obliga a ser partícipes – o meros espectadores – de una serie de transformaciones sociales que sin duda se están produciendo y se producirán, y el resultado depende del rol que como miembros de la sociedad adoptemos ante ellas. Sin embargo, de lo que sí estoy convencida es que de nada sirve pensar en el día que esto acabe porque, tal y como vino, no habría un día que desaparezca: tendremos, acaso, una incorporación paulatina a una especie de normalidad en unos términos que desconocemos. Y nosotros también habremos cambiado.
Me gustan tus reflexiones. Te felicito por tu análisis sobre el tiempo que nos está tocando vivir y espero que no decaiga tu entusiasmo para dar soluciones . Hay que tener la mente clara y tú la tienes. Creo que eres una persona más madura que muchas, que presumen de serlo por edad. Adelante Ainhoa, mucho ánimo !! 😘
Te felicito querida Ainoa
Muy de agradecer tus reflexiones