Editorial

28 abril, 2020 | Categorías: Análisis Político, Biblioteca de Pensamiento, Conversaciones | 0 comentarios

Víctor Pérez Díaz ha teorizado en numerosas ocasiones acerca del ruido mediático que intoxica la conversación pública. Los bulos, el exceso de datos que recibimos y la propia incapacidad para elegir de quién queremos fiarnos, contribuyen a una intoxicación del debate. En esta situación que no es de desinformación, sino de sobreinformación, es imprescindible, en primer lugar, recuperar la perspectiva y, en segundo lugar, saber detenerse allí donde uno reconoce su desconocimiento.

Si observamos lo que está sucediendo y lo hacemos sin un ánimo partidista podemos ver a un Gobierno que hace lo que puede y que se desenvuelve bastante mal gestionando problemas concretos. Desde el principio fue un Gobierno que nació con la gran dificultad de que las partes que lo integraban no se deseaban mutuamente, y así lo declaró Pedro Sánchez en repetidas ocasiones. Un Gobierno que multiplicó Ministerios de trampantojo para satisfacer cuotas de poder y de imagen, pero que no estaban pensados para responder a problemas concretos ni ocupados por los más capaces.

La respuesta a la crisis fue lenta y ha multiplicado exponencialmente los efectos del virus. La miopía del Gobierno para entender la situación y responder pronto merece ser estudiada con detenimiento. Se puede entender que se debe a un Gobierno inútil e ideologizado que solo se interesa por las cuotas de poder, pero una simplificación de esta naturaleza solo nos impediría ver que el desmembramiento del Estado y las políticas nacionalistas a lo largo de cuarenta años han convertido a la Administración en un monstruo con pies de barro. El ejemplo más sangrante lo encontramos en el Ministerio de Sanidad, incapaz de recibir datos fidedignos de contagios y muertos. No es que el Gobierno mienta siempre, es que tenemos un Estado al que hemos dejado ciego y sordo, y ahora le pedimos que corra y llegue pronto sin tropiezos. Pero también el Ministerio de Educación ha resultado poco operativo y ha generado mucha inseguridad. Tenemos un modelo que ni delega realmente en las Comunidades Autónomas, ni apuesta por una centralización. Nuestro modelo regional se encuentra en una indefinición insostenible fruto de componendas a lo largo del tiempo y solo ha conseguido sobrevivir gracias a la inercia histórica, pero el así llamado “problema catalán”, y ahora el COVID-19, muestran la urgencia de una revisión. 

Al lado del Gobierno, pero en la otra orilla, se encuentra una oposición igualmente desubicada que se debate en una crisis ideológica interna y que, dividida, pugna por mostrar cuál es más auténtica. Una oposición que se opone para definirse y que se preocupa más por la imagen que quiere dar que por los problemas concretos con los que debe colaborar. No hemos visto una oposición que tenga la autoridad para corregir al Gobierno con sensatez, ni para apoyarle cuando ha debido hacerlo. En los últimos años se limitó a un discurso institucionalista que se escondía en el formalismo jurídico para evitar tomar decisiones sobre el sentido y significado de la política. Por un lado acusaba a la “izquierda” de salirse del marco constitucional, lo cual no es cierto, y por otro se resistía a tomar decisiones de fondo. La desatención de la derecha española al sistema educativo, al modelo territorial del Estado, al sistema sanitario, la cultura, o al problema del cuidado de los más vulnerables ha dejado en manos de los socialistas la definición del contenido material de nuestra vida en común. La derecha debe asumir con serenidad su mendicidad ideológica y revisar sus ideas a la luz de la experiencia colectiva que estamos viviendo. Esto le permitirá ser leal con el Gobierno sin desdibujarse y sin desatender sus obligaciones de crítica y corrección al poder.

Tenemos una sociedad mucho más sana de lo que podría parecer. No es cierto que “tenemos lo que nos merecemos”, porque ni lo que tenemos es tan malo, ni nosotros somos lo que decimos ser. Esta forma de vernos es parte del pathos típicamente español y de un “neo-regeneracionismo” al que le encanta predicar las miserias patrias. El español parece recrearse en el nacional-masoquismo y esto le impide ver lo valioso que tiene ante sí. El pueblo español en su conjunto está demostrando ser uno de los pilares más sólidos sobre los que construir la política de los próximos años. Vemos una sociedad que no está dispuesta a claudicar ante ninguna tentación autoritaria, que exige libertad de prensa, que critica las ineficiencias y que comenta al minuto los Decretos del Gobierno provocando rectificaciones inmediatas. Una sociedad que tiene buen gusto y criterio para aplaudir y señalar las acciones generosas, heroicas y solidarias de los demás, que aprecia los gestos de unidad y de colaboración y que, en su conjunto, rechaza la crispación y el odio. Hemos visto una sociedad que, tan solo un mes después de los debates sobre la eutanasia, ha demostrado querer hacer un sacrificio enorme por los ancianos. Estamos viendo también una preocupación general por nuestros muertos y un cuidado exquisito por conservar los cuerpos. A pesar de la dureza de las imágenes de las morgues, los cuerpos están ordenados, con su nombre, un ataúd, y una enorme dignidad. ¿Por qué damos por supuesto que no se hayan hecho fosas comunes y que se no se hayan hacinado los cuerpos? Todavía valoramos a nuestros mayores, reconocemos la dignidad del cuerpo y la necesidad de velarlo, lo cual es signo de una gran altura cultural. 

Valga esto como ejemplo de que quizás lo que en verdad nos pase a los españoles es que no sabemos observar y que, por vicio nacional, criticamos lo que tenemos, y solo defendemos lo que ya hemos perdido.

Hay una crisis grave que lo sacude todo, pero esto no debe distraernos del debate esencial en este momento. Debemos centrarnos en la duración del estado de alarma y en la teleología de las medidas económicas excepcionales, que deben ser transitorias y orientadas a fines precisos para que no se hagan estructurales. La economía debe volver a tener pulso, y si eso se produce en un plazo compatible con la supervivencia de las familias, el debate será agrio e intenso, pero pasajero. 

 

Por Fundación Conversación.